Una deuda que no se sabe saldar quema las entrañas. Una promesa que no se cumple no deja tranquila el alma, se retuerce entre pecho y estómago como una cuerda que ahoga el espíritu. A pesar de querer cumplir con lo acordado, falta el tiempo y la valentía de hacerlo. El miedo, la vergüenza y el temor al rechazo, se agitan formando un cóctel difícil de tragar.
Lo más fácil y rápido es no hacer caso y dejar de sentir, dejar de pensar, dejar de reaccionar.
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