sábado, 11 de mayo de 2013

EL Kasparó

Estaba sentado en la terraza del mítico Kasparó, un bar de la plaza pequeña rodeada de arcos de piedra.  El cielo de enero lucía resplandeciente y límpio, como si esperase su llegada para ser descubierto por los misterios de la noche. Nos vimos de lejos, y las sonrisas se sumaron simultáneamente a nuestros rostros. Había pedido ya dos cervezas frescas y, por lo que quedaba en su copa, parecía haber esperado cierto tiempo, aunque no demasiado.

- Bueno..¿por dónde empezamos?- dijo tras habernos  saludado con cordial y retenida emoción.

-Pues...no sé..¿por el principio?...- le respondí.
Instantáneamente vi en su semblante la cara del que no se acaba de creer lo que oye.

- Si, por el principio. - dije - ...¿Qué es eso de la materia oscura?

-Pero...no querrás hablar ahora... de....la materia oscura.... verdad? -  y una risa relajada le deshizo la mueca de asombro que le había convertido en una estátua petrificada por el susto.

- Por supuesto que si! - dije sonriendo pícara y tajantemente.

Sus facciones se transformaron al hablar de cosas tan serias como la materia oscura, la vida extraterrestre, las galaxias y los cúmulos abiertos. Hablamos del intercambio de la energía electromagnética que dos personas experimentan simplemente conversando o estando una al lado de otra, mirándose. Los átomos, la antimateria, los neutrinos, los agujeros negros...

El tiempo transcurría entre sorbo y sorbo del elixir liquido de la afición. La emoción me envargaba a cada instante y su rostro adquiría el parecido de aquel profesor de las estrellas.Aquel que un día me hizo soñar con la libertad que da el planteamiento de la ínfima existencia de la vida en el universo. Lo insignificante de lo humano, del todo y de la nada.

Sus ojos verdes tenían la pupila mucho más pequeña que cuando le había visto tras la pantalla del ordenador. Pensé en lo hermosas que eran sus facciones. Nunca me pareció desagraciado, pero la proximidad me permitió observarle hasta los más pequeños detalles de su piel. Observé su suave dermis. Estaba tan cerca que pude observar los poros de la superfície. La raíz de su barba no osaba despuntar siquiera un milímetro. Y su precioso perfil, con esa magnífica nariz recta y afirmativa.

No había descubierto nunca su pequeño y pálido lunar  sobre el albeolo izquierdo. Ése mínimo defecto le tornó de golpe más bello. Y mi corazón se enterneció de tal manera que me tuve que retener un beso a tal imperfección puer era la única cosa que le devolvía a su estadío más humano.




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