jueves, 9 de mayo de 2013

Un concierto...extraño


En el salón las sillas se apretujaban las unas contra las otras para recibir al escaso público que había sido invitado. Aún así, el aspecto de esa minúscula saladestar victoriana parecía estar repleta de gente.  Un ambiente carrinclón y aburguesado reinaba  en toda la atmósfera. Las arañas del techo se apagaron y de entre el murmullo de la muchedurmbre se iluminó un escenario improvisado con un piano y un atril trípode. 

De pronto un silencio respetuoso  imperó en la sala y tímidamente pero enchido de orgullo salió el maestro a saludar. Los invitados aplaudieron por cortesía, y me vi obligada a hacer lo mismo simplemente para no destacar. No era la primera vez que pisaba ese espacio-tiempo y las actitudes sociales siempre acaban por delatarme, así que preferí evitar llamar la atención. A mi lado volvía  a estar Kurt, con su mirada profunda, su semblante sereno que siempre me creaba cierto recelo. Sentía su emoción y la espectativa de oír por fin la composición de su maestro que tantas veces había sido enunciada en sus claustrofóbicas clases.

Kurt estudiaba la ciencia de la harmonía musical  en el domicilio de su propio maestro. Muchas veces me había descrito cómo eran aquellas lecciones, pero sobre todo lo que me explicaba era la sensación de aire enrarecido, visión que siempre le volvía a la cabeza, sobre todo al volver de las clases y notar afecciones pulmonares que le hacían toser. La expresión que emulaba cuando tenía que respirar ese aire cargado de dioxido de carbono, aire que ya había sido respirado varias veces por cada uno de los alumnos que en aquella casa habían pasado semana tras semana, esa falta de oxígeno puro, ese olor fecal de atmosfera cargada y mal ventilada, es algo que nunca he podido olvidar Algo de aquello lo viví yo misma aquel dia, en esa sala del concierto. 

Con parsimonia ceremoniosa el maestro se acercó al piano y tras ordenar varias veces las partituras delatando así su carácter obsesivo, se contuvo de tocar aún. Una chica muy sencillamente vestida, con una carencia alboluta de ostentosidad y gracia, apareciò en escena portando una cartolina de color naranja en el que  estaba escrito a mano con  maestría de escuela elemental: “El Sopar”. 

La joven exponía como si fuera un trofeo aquel ridículo cartel y cuidadosamente lo posó en el atril y salió de escena. El maestro esbozó una sonrisa autocomplaciente y empezó a tocar. La primera pieza fue algo larga, pesada, aburrida e interminable y tras los predictivos acordes finales apareció en escena la misma chica con otro letrero: “primer plat” 

El maestro esbozó otra sonrisa, esta vez más autocomplaciente aún y siguió  tocando la próxima pieza.  Las notas se sucedían unas a otras en una melodía insulsa y repetitiva, capaz de adormecer aburridamente a cualquier oído humano, sucediéndose sin cesar en una monotonía aplastante con los mismos acordes finales que el preludio de la primera pieza. Al acabar tan predictivamente que asustaba tener que esperar para oírlo, salió otra vez la misma joven con otro cartel similar a los dos últimos y en donde se leía con la misma cuidadosa caligrafía: “la sopa de brou”. 

Con el mismo esmero  y orgulllo que en el primer letrero, la chica apoyó ese otro cartel en el atril y volvió a salir de escena. Curiosamente unas risas cómplices resonaron por la sala en boca de los espectadores, pero Kurt y yo nos miramos con los ojos desorbitados con el desconcierto que nos ocasionaba la falta total de harmonía y belleza de aquel acto que empezaba a parecernos absurdo e incluso algo cómico.
 Así se sucedieron pieza a pieza :“El segon plat”, “l’escudella” y “Els  postres” y cuando por fin creíamos que ya finalizaba el horrendo espectáculo, volvió a salir la joven portadora de cada uno de los carteles con otro más donde se leía: “¿ Algú vol repetir?

Ante tal amenaza, Kurt no dudó un intante en ponerse de pié y arrastrarme hacia la salida sorteando a las personas que se sentaban en la misma fila que nosotros, cosa que representaba un esfuerzo sobrehumano atravesarlas para uhír de allí. 

Salvados ya de una mortífera repetición y en la seguridad que nos brindó la calle, no pudimos reprimir una enorme carcajada que nos hizo saltar la lágrimas. Las palabras no podían salir de nuestras bocas, un sinfín de risas se apoderó de nosotros ya que, sin tener siquiera que comentar nada, entendimos a la perfección nuestros pareceres ante  aquel ridículo espectácuo. 

No cabe decir que nunca más volvió a las apestosas clases de aquel maestro de harmonía, incapaz de componer melodías dignas de ser interpretadas ni siquiera por él mismo. Kurt era siempre así, involucrado con pasión en todo lo que realmente le gustaba, hasta que le dejaba radicalmente de gustar, y entonces, cortaba con esa pasión de cuajo. 

Mi admiración por ese ser tan completo era infinita, como el universo mismo. Lo único que no deseaba por ningún concepto era que Kurt se cansara de mí y dejara ya de gustarle. Era capaz de hacer cualquier cosa por estar a su lado un minuto más de mi própia existencia. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si quieres puedes decirme algo