martes, 14 de mayo de 2013

Via láctea

La primera vez que vi la vía láctea, no pensé que también sería la única. Fué en una de esas noches de verano que pasé en el norte de la península, en un pueblecillo perdido en la planície de la estepa de los mesones.

Yo tendría la impresionable edad de ocho años. Recuerdo que me era difícil dejar de mirar al cielo. Me había pasado toda la vida en la ciudad, y la visión de aquellas noches estrelladas, tan oscuras que los astros del firmamento iluminaban el camino, me cautivaba los sentidos. El paisaje nunca era para mí hacia arriba, y me sorprendió ver una nube, colmada de estrellas, tan llena que parecían no diferenciarse unas de otras y al mismo tiempo tan etérea y flotante como el humo, era realmente el paisaje más hermoso que he podido ver hasta el momento. Aunque entonces no lo sabía.




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