jueves, 9 de mayo de 2013

Endimión, mi hermoso sueño


Endimión sin envargo se presentó en mi vida como un sueño con el que podía yo fantasear. Su porte físico no imponía mucho, más bien parecía inofensivo, con su sonrisa simpáticamente contenida y el brillo de sus ojos que despertaban destellos de admiración. El pequeño Endimión era un ser muy puro, con el corazón tan tierno que no se permitía siquiera la malicia de imaginar nada que nunca pudiera suceder. Endimión era un pastorcillo que se disfrazaba de caballero para jugar a las estrellas y dormirse en los laureles. Quizás por eso me enamoré de él. No por su infantil manera de plantear el juego, sino por su ausencia absoluta de malicia. Simplemente no pensaba en mí más que en sus sueños, y entonces nunca era capaz de responder con tiempo y dedicación plena a mis ensoñaciones con él. Yo le creaba sus sueños y él disfrutaba con ellos, pero pocas veces podía comunicarmelo, simplemente... porque estaba dormido. 

Un día fué realmente especial pues casi se dió la circunstácia de encontrarnos en el mismo espacio-tiempo. Llevaba todo un año esperando el acontecimiento y me cuidé especialmente en las últimas semanas. Me preocupaba en exceso mi aspecto físico y lo compensé comprandome un vestido nuevo para la ocasión. Estaba nerviosa pero el dia indicado marchaba a la perfección. Inimaginablemente al acabar con la ultima visita recibí un mesaje suyo. En él me decía que su vuelo habia tomado tierra y que se dirigía hacia mi encuentro en raudo corcel. Ligera como una golondrina, cogí mis cosas al vuelo dirigiéndome hacia la puerta de salida. Un libreto, un bolígrafo, una manzana y como no, el primer ejemplar de “Soñando a ras de cielo”. En el ascensor hacia la calle me miré escrupulosamente en el espejo, el momento llegaba y quería estar lo más hermosa posible dentro de mis posibilidades y el resultado me agradó satisfactoriamente. 

 Al llegar a la esquina cogí el primer taxi de la fila. Pero nada más cerrar la puerta me llegó el siguiente mensaje. En èste me notificaba la desgracia que acabva de suceder y que no nos permitría vernos en aquella ocasión. La noticia me cayó en el cuerpo como jarra de agua helada. Salí del vehículo que todavía no habia arrancado, y tiritando de frustración volví a casa. En el camino del ascensor hacia arriba, el reflejo del espejo se reía de mí y me devolvía el aspecto de la derrota sin lucha, la resignación de quien pierde en la primera baza. Mi único pensamiento era que todavía pasaría un año más sin verlo, pero no sentí la perdida de nada en particular, no sentí perderlo, sentí que no podía perder nada, simplemente porque nunca lo había podido tener.  

Afligida por ese pensamiento y un poco atormentada, me sorprendió que me llamara dos veces aquel día. Su voz me pareció aterciopelada, pero me costó adaptar las palabras a su significado. Hablava de verdad, se dirigía a mí y como aquello me era totalmente nuevo y sorprendente, no le entendí todo lo que quería entenderle. Su voz suave y serena se dirigía a mí, a nadie más estaban en ese momento dirigidas las palabras que brotaban de su boca. Tal era mi emoción que no acertaba a entender el simple significado de cada una de ellas. El sonido que emanaba del auricular del aparato telefónico era algo confuso y eso me impidió presenciar el tiempo como algo fortuito, mi mente se econtraba aturdida por la sorpresa de la llamada y la perspicacia me falló estrepitosamente. La lengua se me entrabancó defectuando gravemente mi dicción y las palabras se ausentaron por completo de mi memória, haciendo que las décimas de segundo se transformaran en décadas silenciosas. Aún así fueron unos segundos muy intensos esperados durante 365 días. 



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